Manuel Vincent

"La fiesta de los toros está montada en esencia sobre la tortura pública de un animal, y, por muchos pases pintureros que el diestro pegue vestido de sota de espadas, nunca podrá ocultar la degradación que late bajo la supuesta belleza de una verónica...."

"Por mucho que se enmascare con un esteticismo hortera o con un flato poético, una corrida de toros en directo o en diferido es el espectáculo basura por excelencia, aunque lo presida el Rey de España y le guste a algún chino."

"Si alguien concibe que una carnicería semejante puede servir de soporte a un arte, ya está preparado para admitir que la verdad puede ser extraída mediante la tortura en el sótano de una comisaría; si se admite que la belleza puede surgir de la sangre derramada, aunque ésta se inflija a un animal, es que uno ya tiene justificado en el corazón todo tipo de violencia."


Manuel Vincent

jueves, 21 de octubre de 2010

"La edad no excluye la pasión"



 "La edad no excluye la pasión. Hay causas por las que pelearé mientras tenga aliento, como la abolición de la pena de muerte, las condiciones de los presos o la lucha contra los crímenes contra la humanidad". El planteamiento de este devoto de Goya alcanza a las corridas: "Es difícilmente compatible ser aficionado a los toros y ser abolicionista".









Toca el piano mientras aguarda. Silueta esbelta, dedos ágiles, sonidos armónicos. Robert Badinter (París, 1928) comienza otro de sus días llenos. Se constituye la Comisión Internacional Contra la Pena de Muerte, un grupo de notables alentado por Zapatero que incluye a este ministro de Justicia de François Mitterrand (1981-86). Tiene experiencia: bajo su mandato acabó la guillotina.

"Es que solo soy un aficionado", responde al fotógrafo que le pide seguir al piano. Al recordarle que las fotos no suenan, accede. Sobre la mesa del salón está listo un desayuno copioso. Badinter pregunta con voz firme si hay yogur natural. El camarero enguantado lo trae rápido, pero él ya se ha lanzado a contar iniciativas: a este hombre le interesa más el futuro que el pasado, aunque sea tan intenso como el suyo.

La nostalgia solo asoma en el jurista al hablar del amigo que fue presidente de Francia. "Teníamos una pasión común por los lugares donde escribían los escritores, así que íbamos los sábados a las casas de Montesquieu, Victor Hugo, Montaigne... Y de paso, a ver iglesias. Mitterrand tenía una pasión, que no comparto, por los cementerios, y empezaba 'mira, qué bonita tumba, era de un viejo arzobispo...", relata imitando la voz. "Yo le decía, 'venga, que ya he visto tres'. Le echo mucho de menos, porque nos divertíamos tanto... Parece absurdo... Incluso en el Elíseo. La política no es siempre triste. Eso es un error. Sobre todo, cuando se tiene mucho humor, que era el caso del señor Mitterrand".

El ex ministro lanza su artillería contra la pena de muerte con el mismo vigor con que unta de mermelada la tostada. "La abolición universal está a nuestro alcance", asegura, "de los 198 Estados de Naciones Unidas, 138 son abolicionistas legalmente o por la vía de los hechos". "El cambio de valores es tan fuerte en el plano internacional que es un movimiento irresistible". Confía en que incluso EE UU entre en vereda, quizá de la mano de un error judicial sonado. "Más que optimista, soy lúcido", remata. ¿Llegará a ver un mundo sin pena capital? "No lo imagino ni por un segundo: tengo 82 años. Pero usted sí lo verá", sentencia.

¿Por qué trabajar aún? "¿Cómo podría pararme cuando hay causas que defender? Sería inimaginable, una deserción". En pleno ardor, Badinter se confunde y mezcla el café y el té. Pide que le cambien la taza y continúa: "La edad no excluye la pasión. Hay causas por las que pelearé mientras tenga aliento, como la abolición de la pena de muerte, las condiciones de los presos o la lucha contra los crímenes contra la humanidad". El planteamiento de este devoto de Goya alcanza a las corridas: "Es difícilmente compatible ser aficionado a los toros y ser abolicionista".

Acabar con la guillotina en contra de la opinión pública dominante le acarreó "el honor de ser el ministro más impopular de Francia". "Cuando entraba en un restaurante con Elisabeth [su esposa, famosa feminista con la que comparte luchas] era insoportable. Siempre alguien gritaba 'los asesinos están fuera", relata imitando al vociferador. "Ahora, los franceses están contra el restablecimiento de la pena capital y yo me he convertido en un viejo señor del que alguien dirá 'anda, es el señor Badinter' cuando paso por la calle". Un viejo señor que escribe el libreto de una ópera con tintes abolicionistas y que es de los pocos parisienses que va a trabajar a pie. Cruza el jardín del Luxemburgo para ir a su escaño de senador socialista.

"Au boulot! ", se despide con tono imperioso.

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