La fiesta de los toros vive un absurdo político y cultural -RTVE la veta para proteger a la infancia -Los parlamentarios muestran desapego hacia el toreo- Las autonomias socialistas lo respaldan.
RTVE ha echado el cierre a los toros. La televisión pública ha decidido no retransmitir corridas "por su horario, generalmente coincidente con el horario protegido o de especial protección para la infancia", según se recoge en su Manual de estilo, que encuadra los festejos en el capítulo de Violencia con animales. Se acabaron, pues, las retransmisiones taurinas en la televisión pública, cuya oferta informativa queda reducida a un programa semanal de media hora -Tendido cero-, que se emite los sábados al mediodía. La fiesta de los toros sufre así una grave cornada; esta vez, en forma de estocada en el mismo hoyo de las agujas, pues impide la difusión de grandes eventos taurinos que contribuyen, sin duda, al conocimiento y la formación de nuevos aficionados.
Pero lo que pudiera ser motivo suficiente para que los amantes de la tauromaquia se rasgaran las vestiduras pone de manifiesto, más bien, la incongruencia absoluta que preside actualmente el mundo de los toros, inmerso en gravísimas contradicciones, incoherencias incomprensibles, una alarmante desidia de sus principales protagonistas y un galimatías ideológico, económico y cultural que evidencia su total desamparo.
Aunque parezca extraño, mientras RTVE decide cerrar la pequeña pantalla a las corridas para proteger a la infancia, sigue vigente el compromiso del ministro del Interior,Alfredo Pérez Rubalcaba, de tramitar el paso de los toros al Ministerio de Cultura; además, el pasado mes de octubre, el Senado rechazó con los votos, entre otros, del Grupo Socialista, la propuesta del PP para declarar los toros Bien de Interés Cultural, decisión que sí habían adoptado los Gobiernos populares de las comunidades de Madrid, Valencia y Murcia; y el propio presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, declaraba hace solo unos días que él no hubiera votado a favor de prohibir las corridas de toros en Cataluña. Pero no acaban aquí las incongruencias: los Gobiernos socialistas de Castilla-La Mancha, Andalucía, Aragón y Extremadura hacen gala de su apoyo incontestable a la fiesta taurina y dedican inversiones millonarias en sus respectivas televisiones y radios públicas a programas semanales y retransmisiones de festejos. Y el Partido Popular, convertido en el gran defensor de la fiesta -acaba de presentar un recurso de inconstitucionalidad contra la prohibición de los toros en Cataluña- se encuentra con la sorpresa de que sus cuatro representantes en el Consejo de RTVE dieron su aprobación al Manual de estilo que decide poner fin a las emisiones taurinas. Y no es que hayan roto la disciplina de partido, no; de las declaraciones posteriores de uno de ellos se desprende que el documento era tan profuso y voluminoso que, supuestamente, no le prestó o no pudo prestarle la atención debida. La perla la protagonizan, como siempre, los toreros. Mejor dicho, las llamadas figuras. Son estas, siguiendo la estela marcada por José Tomás, las que se oponen tajantemente a ser televisadas ("quien quiera vernos, que pague"), e impiden con su ausencia que los festejos que aparecen en la pequeña pantalla tengan el necesario interés para la audiencia. Figuras todas ellas, junto al resto de los taurinos, que solo a raíz del movimiento antitaurino generado en Cataluña se han sentido obligadas a defender un sector que padece desde hace años una preocupante crisis de pureza y prestigio. ¿Cabe mayor desatino?
¿A quién le puede sorprender, entonces, que, en todo este desorden sin sentido, RTVE decida no emitir corridas de toros por coincidir con el horario infantil? Habría que concluir, sencillamente, que en la corporación pública han abundado y abundan los antitaurinos, o que la televisión nacional es el espejo en el que se reflejan las miserias del espectáculo taurino: un río revuelto, sin estrategia política y cultural, en el que unos lo defienden por razones electorales, otros lo rechazan por convicción, algunos, los más ingenuos, sueñan de buena fe que vuelva la emoción, y la mayoría asiste a este culebrón entre la más aburrida indiferencia. RTVE remite a su Manual de estilo para explicar la decisión. Nada más.
El matrimonio entre los toros y la televisión pública ha vivido largos periodos de radiante felicidad. España entera se emocionó en los años sesenta con un fenómeno social llamado Manuel Benítez El Cordobés, cuyas gestas televisivas en blanco y negro llegaron a paralizar muchas tardes la vida laboral del país. La pequeña pantalla hizo vibrar a la sociedad española con las figuras de los años setenta y ochenta; pero esa pasión desaforada se fue apagando a medida que el progreso se hacía presente y afloraban movimientos contra la fiesta taurina. Poco a poco, los toros perdieron adeptos, aunque no espectadores -continúa teniendo un importante número de asistentes-, tomaron parte los grupos políticos, y los taurinos, anclados en el pasado más inmovilista, decidieron hacer dinero rápido y olvidarse del futuro.
Sin prisa, pero sin pausa, la corriente antitaurina fue tomando cuerpo e hizo su entrada en el Parlamento nacional, donde los toros cuentan con pocos defensores. En verdad, solo uno (existe una Asociación Taurina Parlamentaria, a la que no se le conoce actividad): Juan Manuel Albendea, diputado del PP por Sevilla, reconocido intelectual taurino y colaborador en la crítica del desaparecido maestro Joaquín Vidal, que no se ha cansado de preguntar sobre la programación taurina a los tres últimos responsables de RTVE, Carmen Cafarell, Luis Fernández y Alberto Oliart, con escasa fortuna.
Ya en octubre de 2004, Esquerra Republicana de Cataluña solicitó al Gobierno que las corridas de toros se suprimieran de la programación televisiva en horario infantil; e Izquierda Unida pidió que los festejos se emitieran durante la madrugada.
Se estrenó entonces Albendea en su papel de defensor, y tras una pormenorizada explicación de la tradición cultural de los toros, señaló que ningún reglamento, a excepción del aprobado en la dictadura de Primo de Rivera y de la norma posterior del Parlamento catalán, prohibía la entrada de los menores en las plazas. Y concluía: "Si esto es así, ¿por qué se pretende que no vean los toros por televisión? Dejemos que sean los padres quienes decidan lo que deben ver sus hijos".
Esta opinión es compartida por el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Arturo Canalda, quien afirma que son los progenitores los que deben decidir cómo quieren educar a sus hijos. "No creo que un festejo taurino afecte negativamente a los niños, y estoy convencido de que existen contenidos televisivos terribles para los menores y no nos preocupan", dice. Denuncia Canalda la violencia demoledora que se produce en los platós de televisión, que se permite por audiencia y por dinero, y se muestra partidario de menos prohibiciones y más responsabilidad paterna.
Carmen Cafarell, directora general de RTVE en 2004, contestó a Albendea que en el ente público no existía una política antitaurina y sí limitaciones presupuestarias para las retransmisiones. Lo cierto es que TVE emitió el último festejo el 14 de octubre de 2006, con motivo de la feria del Pilar de Zaragoza.
Al año siguiente, Luis Fernández, presidente de la Corporación RTVE, volvió a insistir en el muy elevado coste de las retransmisiones -ni entonces ni ahora RTVE ofrece datos económicos-, no compensado con los ingresos, y justificaba el compromiso taurino con los programas Tendido cero de La 2 -con una audiencia media de 200.000 personas en 2010, el 3,1%-, el radiofónico Clarín y la emisión de los Sanfermines.
Ha habido más preguntas del insistente diputado Albendea -la última a Alberto Oliart- y una proposición no de ley del pasado mes de noviembre en la que solicitaba la inclusión de información taurina en los telediarios y la retransmisión, al menos, de 10 corridas, y que fue rechazada con los votos del PSOE y CiU.
También se ha movido la Mesa del Toro, que reúne a representantes de 15 asociaciones profesionales del sector. Su gerente, Eduardo Martín Peñato, dice tenerlo claro: "El Gobierno no quiere dar la espalda a los toros, pero tampoco los apoya". Hace un año se entrevistaron con un representante de Oliart, a quien solicitaron un mejor tratamiento informativo y la retransmisión "de dos o tres corridas importantes, no más", pero todo quedó en buenas palabras. Y concluye Martín Peñato: "No es admisible que se barajen criterios de rentabilidad cuando estamos hablando de un servicio público: los 2.500 millones de euros que el sector aporta al PIB merecen un mejor trato en Televisión Española".
Breve e irónico se muestra Carlos Abella, director gerente del Centro de Asuntos Taurinos de Madrid, quien señala que la decisión de la RTVE es "una prueba más del inmenso apoyo que el Gobierno y el PSOE brindan al toreo y a la cultura de este país".
La otra cara de la moneda la representa Manuel Brenes, director general de Espectáculos Públicos de la Junta de Andalucía, quien prefiere no valorar la decisión de RTVE, y se enorgullece de que el Gobierno andaluz cumple con el acuerdo alcanzado en noviembre de 2004 por el Parlamento de la comunidad autónoma, por el que se instaba a incrementar el fomento y difusión de la tauromaquia, el impulso de la fiesta en los ámbitos educativos, y pedía a la televisión andaluza que mantuviera e incrementara su programación taurina.
¿Patrimonio cultural? ¿Maltrato animal? ¿Protección de la infancia? ¿Utilización política? Sin duda, una pura incongruencia, un contrasentido y ausencia de lógica; pero las corridas de toros no volverán a la televisión pública.